No fue hasta ayer, con una digna despedida en un espacio que frecuento quizás más de lo debido, que me sentí cual cómplice encubierta. Tenía esa media sonrisa de quién hace travesuras, soltaba y volvía poner, acomodaba mientras maquinaba el momento perfecto para marcharme tomando muestra de la evidencia.

Ella dejó su copia de El Libro del Cementerio de Neil Gaiman.
Me hubiera encantado encontrarlo, ¿a ustedes no?
Gracias, Charal!